SER PALERMO

Nunca imaginé querer ser Palermo por un día, para ver qué se siente vivir así, con la posibilidad de que te pueda pasar cualquier cosa, la esperanza y la desazón de saber que, cuando aparezcas en el escenario principal, te puedan ocurrir cosas como que:

- hagas dos goles en 10 minutos en la final de la Copa del Mundo de clubes, lejos, muy lejos de La Boca original, y gracias a esos dos patadones tu equipo gane el ansiadísimo trofeo.
- que te rompas los ligamentos por algún movimiento de camélido.
- que regreses de un postoperatorio donde te habían de- sahuciado, y entres en los últimos minutos de un partido continental, y corones, en tu cancha, una goleada a tu acérrimo enemigo, haciendo un inusual paso de ballet y colocándola en un rincón.
- hacer un gol de chiripa con la cabeza desde casi media cancha;
- que erres un penal clave frente a Colombia, jugando para la Argentina;
- que tires otro en el mismo partido, y lo erres de nuevo;
- que tires un tercero en el mismo partido, y te lo atajen;
- que soportes la prensa, a los enemigos, a los colegas: “Palermo se terminó”;
- que tu hinchada tenga un cartelón con los goles que hiciste, tachando la cifra superada cada vez que la metés, y sentir que ellos te están empujando a quebrar records;
- hacer goles de tijera, cuando en realidad sos –lo sabés– un jugador limitado;
- reponerte, y convertir penales luego de aquel desastre de los tres penales errados;
- cumplir años, ser un veterano y saber que no triunfaste en el exterior;
- transformarte en un anciano del fútbol al que jubilan cuando pierde un campeonato;
- transformarte en una convocatoria salvadora de último momento para la Selección de tu país;
- romperte una y otra vez, chocarte contra un cartel, o que se te caiga encima con un grupo de entusiastas por tu gol, y que eso te condene a meses de pies vendados;
- soportar la incertidumbre de si vuelvo o no vuelvo a las canchas;
- hacer delirar de emoción, allá, en su palco, al jugador más genial de todos los tiempos;
- entrar a último momento en el partido decisivo, con la celeste y blanca, bajo un diluvio de patriada, y hacer el gol que abre la esperanza y posibilita la amenazada clasificación al Mundial;
- que te lleven al Mundial, torpe como sos, en agradecimiento por ese gol salvador;
- entrar a un partido clave del Mundial, 10 minutos antes del final, participar en una jugada con el mejor jugador del mundo de ese momento, y hacer el gol que le faltaba a tu Historia;
- saber que sos limitado, torpe pero voluntarioso, veterano, ilógico, y que, precisamente por esa ley de imprevisibilidad que sólo dictaron para vos, estás destinado a que te pueda ocurrir cualquier cosa, pero cualquier cosa, dentro del perímetro de la cancha;
- y lo principal: darte cuenta de que, sin proponértelo, sin carisma, sin blablá, tenés el don de darle alegría a la gente, pero no cualquier alegría, sino ese tipo de explosión que provoca la sorpresa verdadera, esa sorpresa de las buenas que a veces ocurre entre las malas, y que a vos mismo te asalta cuando menos te la esperás, ya sea con los pies, la cadera, el muslo, la cabeza, la nariz, la nuca, la pantorrilla, o simplemente el culo.
Palermo se nace.

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